Pero esta carta al menos me concede, el beneficio a la duda.
Querido Javier:
He querido escribirte estas líneas desde hace tiempo pero no había podido hacerlo. La verdad estaba muy encabronado contigo por haber regresado a Jonathan Dos Santos. ¡En qué chingados estabas pensando! ¿Te acuerdas de la frase de Groucho Marx en la que decía que no quería pertenecer a ningún club porque no soportaba la idea de formar parte de un grupo que admitiera a alguien como él como miembro? Yo creo que la pronunció pensando en Paul Aguilar, Torres Nilo, Israel Castro y el “Venado” Medina. Después, cuando estaba apunto de superar el amarguísimo trago, me entero de que le diste el número 1 al Conejo. Ahí te encargo si se llega a tragar un gol, no vas a volver a dormir una noche completa. Es cierto que hacer lo correcto no siempre evite el error, pero también lo es que el error en la planeación de una batalla difícilmente termina en acierto. Ojalá me equivoque.
En fin, no te voy a permitir arruinarme el mundial. Y te voy a decir porqué. No me puedo imaginar muchas cosas de mi vida por las que estaría dispuesto a esperar cuatro años como lo hago cada quasilustro por un mundial. Y es que cómo no esperarlos cuando he aprendido tanto de ellos. Lo siguiente lo escribo más para que no se me olvide a mí, y no tanto para ti. De México en los mundiales he aprendido lo siguiente:
* En el mundial de Estados Unidos ’94 aprendí el valor de la determinación cuando Mejía Barón no la encontró para meter a Hugo y cuando Aspe, Bernal y Jorge Rodríguez se olvidaron de si quiera llevarse una leve pizca de ella a la hora de tirar penales contra Bulgaria.
* En Francia ’98 aprendí el peso de la historia y lo poderoso de la tradición cuando por unos instantes tomamos distraídos a los dioses del futbol y pensamos que podíamos derrotar a Alemania en octavos de final. Ese partido estaba ganado desde el momento en el que se cruzaron nuestras llaves: un marasmo de descalabros contra una montaña de derrotas históricas difícilmente podía tener un desenlace distinto.
* En Japón-Corea 2002, tú me enseñaste que no importa cuánto piense que uno haya sufrido, siempre te pueden romper el corazón peor cuando nuestro archienemigo nos derrotó con un categórico 2 a 0 en octavos de final. El vacío que me provocó esa eliminación me dejó una cicatriz que todavía rezuma.
* En Alemania 2006 aprendí que no importa cuánto te acerques a la meta si no cruzas la línea de llegada como vencedor es como si no hubieras salido jamás.
Como puedes ver la selección mexicana me ha hecho una mejor persona. Me ha enseñado a soportar con entereza la humillación, a sobreponerme del desazón, a entender que cuando el rival es más grande que tú tienes que poder con él y con la sombra que éste proyecta sobre ti, que la victoria no es consecuencia sólo de lo que se hace en la cancha sino de lo que el equipo es fuera de ella. Después de haberme fortalecido con todas estas experiencias, mi querido, queridísimo Vasco, creo que me corresponde la graduación. Me declaro listo para probar por primera vez en la historia las mieles del triunfo. Sabré, créeme, apreciarlo en su justa dimensión. El futbol, como casi cualquier actividad gregaria del hombre, es una representación de la tragedia existencial que supone estar vivo. Y como en toda gran tragedia, sé que ya están trazadas las huellas que nuestros pies han de llenar. El destino está echado y no nos queda más que caminar a la gloria o sumergirnos en la derrota una vez más. Pero antes de que cualquier cosa suceda quiero decirte que creo en ti y creo en esta selección de chamacos inconscientes que no sólo no se asusta al salir a jugar en Wembley sino que tienen el cinismo de echar a atrás a la mejor defensa del mundo. Creo en la desfachatez de esos niños que le metieron tres goles a Brasil y no recibieron ninguno en la final de un campeonato del mundo. Creo que esta selección carga el peso de una historia que no le corresponde y estoy convencido que te das cuenta y de que se van a sacudir el monolito de fracasos que pende sobre nuestros hombros.
Damos gracias a la Selección por hacer de nosotros hombres capaces de soportar una derrota, de habernos convertido en hombres de fe a los que no importa cuántas pruebas les haya dado la realidad de su incompetencia cada cuatro años volvemos a entregarnos a ella. Gracias por esto y por todo. Estamos listos para lo siguiente. Vamos, Vasco. Vamos, chingada madre.
Pd. No importa que jamás vayas a leer el contenido de esta carta, y que jamás mi nombre vaya a formar una imagen en tu mente. Ya salió de mi y a algún sitio llegará. Es más, confío en el camino que habrá de seguir porque como decía Jacques Derrida: “Una carta siempre llega a su destino.”
by: neutraliza.com
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